El quehacer cotidiano del arquitecto en Colombia y américa latina, es vivir y forjarse en medio de todas las adversidades imaginables. A la inequidad, incertidumbre y limitaciones que todos, con o sin conciencia compartimos, se suma en sordina la precariedad cultural de las mayorías, quizás la más severa pero también, la más visibilizada de nuestras realidades.
Lo que es esencial y permanente, profundo y capaz de suscitar emoción, convoca atributos deseables y posibles, aún en la más humilde de las arquitecturas.
De eso sabemos hace ya tiempo: a preservar la generosidad y guardar aquel silencio debido que nos asegure lograr mucho, con muy poco…
Porque pese a todo, positivas inercias y el tesón de infaltables individualidades, han propiciado que Colombia jamás en su historia haya dejado de cantar, de escribir, de pintar, de resistir o persistir y también, hay que decirlo, de hacer buena y muy buena arquitectura.
Siempre quisiéramos que fueran más, pero por ahora y entre ellos, hoy tenemos a Javier Vera, un buen ser humano, un amigo noble y un excelente arquitecto. Lo es y lo ha sido desde cuándo se hablaba de un joven y desconocido Arquitecto que para entonces pueden ser 25 o 30 años, se ganaba sin piedad alguna insólita posición en los concursos de arquitectura.
Sereno y transparente su sensibilidad aflora con una fluida naturalidad ya sea garrapateando papeles, pues dibuja a mano, todavía o citando referentes, pues valora viajar, y además estudia atributos ambos cuyo torpe desuso ignora que el dibujo es una forma de conocimiento y que nunca es posible concebir una arquitectura culturalmente significativa, sin una amplia y sólida cultura que la soporte.
La verdad es que de la arquitectura que le gusta hacer y hace con terquedad Javier Vera es, para complacencia muchos y escozor de no pocos, una lúcida prolongación de la tradición moderna racionalista, vuelta ahora específica, mediada oportunamente por la circunstancia, nutrida gratamente por la pertinencia, además de una expresión social de enorme calidad, ha permitido a Javier Vera perseverar en un discurso moderno que se refina y depura progresivamente, diluyendo su aparente soledad creativa para nutrir y vivificar aquellas reconocidas fortalezas que son propias a la tradición más notable de la Arquitectura en Colombia.
Es de las inercias vitales que sedimentaron en Colombia una lúcida cultura moderna profesional, no de otra parte, de donde provienen su cuidadosa noción de la escala, la atención al lugar, el acento por la experiencia vivencial y la vocación por una materialidad determinante, rasgos disciplinares que constituyen el sustrato común que entrelaza entre sí todas sus obras.
Autor de variados proyectos que cubren una amplia variedad de proporciones y usos funcionales – proyectos de planes maestros, espacios públicos, sistemas de transporte colectivo, centros educativos, institucionales y de habitación multifamiliar – casas, todos ellos sin embargo logran preservar ese núcleo vital, al lograr sustraerlos a la tentación de acoger diversidad de lenguajes o giros creativos la musa efímera de la novedad, hoy causante de tanta desolación, para legar una Arquitectura finamente elaborada, elegante en su factura y proporciones, muy sutil con su emplazamiento y además, supremamente correcta en términos de su eficiencia funcional y su resolución técnica.
Además del trabajo cuidadoso de la volumetría, los planos de fachadas, el cromatismo y la vibración sutil de trasparencias y calados, la Arquitectura de Vera posee la cualidad persistente de activar los primeros pisos de la ciudad, además de privilegiar con singular atención los espacios comunes.
Extraer tanto con tan poco a la mano, es una cualidad que sólo resulta probable cuando se conjuga pericia e imaginación, culta sensibilidad y mucha, mucha tozudez. Los valores plásticos que resaltan del conjunto de edificios de Javier Vera, quizás por las limitaciones constructivas derivadas de mantener a toda costa y como un lienzo en blanco el plano de fachada, nos remiten sin remedio a las indagacion es formales y cromáticas de Piet Mondrian y a los seriales de Víctor Vasarely o, más cercanamente, a los cinetismos de Jesús Soto o Carlos Cruz-Diez.
Javier Vera lo sabe, porque para fortuna de él y de nosotros, suele escuchar en sordina los sabios rumores de los ecos esenciales……